lunes, 26 de enero de 2009

LA ESCUDILLA DE MADERA

Un débil y anciano señor se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años de edad.
Las manos del anciano temblaban, su vista era empañada y sus pasos tambaleantes. La familia cenaba junta en la mesa pero el anciano se le hacia difícil tomar los alimentos debido a sus temblorosas manos y la decadente visión. Los guisantes se le rodaban de la cuchara al suelo, cuando agarraba el vaso, la leche se le derramaba sobre el mantel.

El hijo y la nuera se irritaban por el revoltijo. Un día el hijo dijo: “Tenemos que hacer algo sobre el Abuelo, ya estoy harto de su leche derramada, su ruidoso modo de comer y de los alimentos en el suelo”. Su mujer afirmaba con la cabeza.

De manera que el marido y su esposa colocaron una pequeña mesa en una esquina de la casa. Ahí el Abuelo cenaba solo mientras el resto de la familia disfrutaba de su cena en el comedor central.

Como el Abuelo había roto uno o dos platos, su comida era servida en una escudilla de madera. Cuando la familia miraba hacia la dirección donde se encontraba el Abuelo, a veces notaban que tenía lágrimas en los ojos. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigían eran amonestaciones cuando se le caía el tenedor o derramaba la leche.

El niño, por su parte, observaba todo esto en silencio.

Una tarde, antes de la cena, el padre notó que su hijo estaba jugando en el suelo con pedazos de madera. Le preguntó dulcemente:
- ¿Qué estás haciendo?

Con la misma dulzura el niño le respondió:
- Estoy haciendo una pequeña escudilla para ti y mamá para que la usen en la cena cuando yo crezca.

El niño sonrió y continuó con su trabajo.


Las palabras del niño llamaron tanto la atención de los padres que se quedaron sin palabras y luego las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Aunque ninguna palabra fue dicha, ambos supieron lo que había que hacer.


Esa misma tarde, el marido tomó de la mano al Abuelo y suavemente lo llevó a la mesa familiar.

Por el resto de sus días el abuelo disfrutó todas sus cenas con la familia y por alguna razón ni el marido ni la esposa parecía importarles más que se cayera el tenedor, se derramara la leche o ensuciase el mantel.

NOTA.- Dedicado a todos los abuelos y las abuelas.

EL CAMINANTE

Un caminante, su caballo y su perro iban por una carretera cuando al pasar cerca de un enorme árbol, cae un rayo y los 3 mueren fulminados. Pero el hombre no se da cuenta de que habían abandonado este mundo y prosigue su camino junto a sus animales.

La carretera era muy larga y cuesta arriba, el sol era muy intenso y ellos estaban muy sofocados y sedientos.

En una curva del camino vieron un magnífico portal de marmol que conducía a una preciosa plaza pavimentada con adoquines de oro. El caminante y sus animales se dirigieron a la entrada, allí había un guardián con el que el caminante entabló la siguiente conversación:
- Buenos días
- Buenos días -respondió el guardián-
- ¿Cómo se llama este lugar tan bonito? -preguntó el caminante-
- Esto es el Cielo -respondió el guardián-
- Que bien que hayamos llegado al Cielo porque estamos verdaderamente sofocados y sedientos -dijo el caminante-
- Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera -dijo el guardián, señalando la fuente-
- Pero mi caballo y mi perro también tiene sed -dijo el caminante-
- Lo siento mucho señor, pero aquí no se permite la entrada a los animales -dijo el guardián-

El caminante se volvió con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo, dio las gracias al guardián y prosiguió su camino.

Después de caminar un buen rato, siempre cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja que daba a un camino de tierra bordeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado con la cabeza cubierta por un sombrero, posiblemente dormía.
- Buenos días -dijo el caminante-, a lo que el hombre respondió con un gesto de la cabeza
- Tenemos mucha sed mi caballo, mi perro y yo -dijo el caminante-
- Hay una fuente entre aquellas rocas -dijo el hombre señalando el lugar- podéis beber toda el agua que queráis.

El caminante, el caballo y el perro fueron a la fuente, calmaron su sed, se refrescaron y descansaron un rato, luego el caminante volvió hacia el hombre para agradecer su amabilidad y éste dijo:
- Podéis volver siempre que queráis
- Muchas gracias, a propósito ¿cómo se llama este lugar? -preguntó el caminante-
- Cielo -dijo el hombre
- ¿Cielo?, pero si el guardián del portal de marmol me dijo que aquello era el cielo!! -dijo sorprendido el caminante-
- Aquello no era el cielo señor, aquello era el infierno -respondió el hombre-

El caminante quedó perplejo y dijo:
- Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre, porque esta información falsa provocará grandes confusiones!
- De ninguna manera señor -dijo el hombre-, en realidad nos hacen un gran favor porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.

Nota.- Este relato me permite recordar un precioso pensamiento de PAULO COELHO:

Jamás abandones a tus verdaderos amigos aunque esto te produzca inconvenientes personales.

Si ellos han estado dándote su amor y compañía, has contraido una deuda: No abandonarles NUNCA.

Porque... hacer un amigo es una GRACIA, tener un amigo es un DON, conservar un amigo es una VIRTUD... Ser tu amigo... ES UN HONOR.

NOTA: DEDICADO A MIS AMISTADES